Archivo de 30 de noviembre de 2009

LA TAXISTA

Aquí les dejo un cuento adeudado del Concurso elige tu propia aventura, respondiendo al voto de ustedes:

Con Myriam últimamente no nos entendemos. Ella pretende que los días en que no nos vemos personalmente hablemos por teléfono, esto fue lo último que escuché antes de que me cortara el teléfono. Dice que no me importa saber cómo está, cómo fue su día. También dijo que no me acuerdo de ella, que ya no la quiero. Y no es tan así. Sólo que no me gusta hablar por obligación: si no hay un tema sobre el cual hablar ¿qué sentido tiene provocar silencios telefónicos?

Después de que me cortó y me dejó hablando solo agarré las cosas y me fui, era tarde. Tomé un colectivo hasta la estación de subte de Los Incas. Viajé parado. Rara vez el colectivo viene lleno a esa hora de la mañana, pero cuando quise bajar al subte me di cuenta por qué. Había paro de Metrovías, otra vez. Los rostros de las personas que llegaban dispuestas a bajar, tomar el subte y llegar al trabajo en horario, se transformaban al ver el cartel que indicaba el paro. La mía no fue la excepción.

Hace unos días, a raíz de otro paro, tuve que tomar un taxi para llegar a horario al turno con el médico. Esta vez, pensé que tendría que hacer lo mismo, porque el colectivo hasta el centro demora una hora aproximadamente y había salido muy tarde por discutir con Myriam. Todavía me duraba el enojo porque me había cortado, pero por orgullo no pensaba llamarla hasta que no se me pasara la bronca.

Mientras cruzaba la calle, recordé las palabras de Myriam cuando me dijo que ya no la quiero tanto, que ya no pienso en ella. En momentos así, cuando el cerebro debe trabajar más de lo normal para generar opciones y elegir la mejor –como ser si tomar colectivo o taxi- es cuando aparecen las personas que uno más aprecia. Aquellas que en algún momento de nuestras vidas nos dijeron una frase importante que nos marcó. Y, para mí, ésta fue una: «Vos no me querés más». Por teléfono no la pude refutar y, mientras esperaba un taxi vacío, tampoco.

Después de algunos minutos de dejar pasar varios colectivos desbordados de gente, de decenas de taxis ocupados, apareció uno disponible. Cuando lo vi a media cuadra con la luz roja prendida levanté mi brazo derecho y el taxista me hizo luces como señal de que ya me había visto. Eso me tranquilizó. Miré el reloj, faltaban 20 minutos para mi horario de ingreso, era obvio que llegaría tarde pero en colectivo tardaría bastante más. A medida que el taxi se acercaba me fui dando cuenta de que el conductor era una mujer, y que no parecía fea. Lo comprobé cuando me subí al taxi y la saludé.

_  Hola, ¿cómo estás? –dijo ella.

_  Bien…

Respondí “bien” por costumbre, porque decir que “mal” me parecía mucha sinceridad entre dos desconocidos. Además, preferiría ser simpático.

_  Voy para el centro, a Callao y Corrientes.

_  Bueno, vamos.

El final de su respuesta hizo que se me erizara la piel, que me preguntara a mí mismo si prefería ir a trabajar o hacer otra cosa con ella. Pero no le dije nada, me quedé mudo, como hice siempre, toda mi vida. Me miró y sonrió por el espejito retrovisor, del que colgaba una muñequita que no alcancé a reconocer su vestimenta porque empezó a moverse descontroladamente cuando ella puso primera y arrancó el viaje.

_  No te voy a preguntar por el paro de subtes, quedate tranquilo.

_  Mejor, mejor… prefiero no hablar de eso –respondí.

_  Ahí está, vamos a buscar otro tema, uno que haga que pensemos en otras cosas: las vacaciones, por ejemplo. ¿Ya sabes adónde te vas a ir? –preguntó con una sonrisa tan grande y amable que no cabía en el espejo retrovisor.

La verdad es que todavía no había planificado mis vacaciones, pero me sentí en la obligación de inventar algún destino insólito, como para que piense que tengo un buen pasar económico –que se corresponde con tomar taxi- y que no dejo nada librado al azar. Al ver mejor la vestimenta de la muñequita del espejo me hizo acordar a algunas fotos que vi de Perú, y le dije que pensaba viajar al Machu Pichu. Antes de responderle no pensé en la siguiente pregunta, que era obvia: con quién iría.

Me quedé mudo. El nombre de Myriam se me pegó al paladar, pero no quería decirlo porque echaría todas las posibilidades a perder. Entonces le dije que no sabía aún, que la vacante estaba disponible. Y ella sonrió nuevamente, esta vez sin mirarme porque tuvo que esquivar un auto que frenó de golpe. Me pidió disculpas por el brusco volantazo, pero yo le halagué los rápidos reflejos. El halago produjo un silencio largo, inesperado. Pensé que me había equivocado, que no debía haber hecho ese comentario, hasta que una mirada de ella me hizo dar cuenta de que no me había equivocado.

Al acordarme de que estaba yendo a trabajar, le pregunté la hora para sacar un tema. Al ser y cinco, me preguntó a qué hora entraba y yo le dije que a las 10. ¿A qué me dedicaba? Empleado administrativo de una empresa de seguros. Me puso incómodo cuando me dijo que estaba segura de que los que trabajaban para empresas aseguradoras ganaban bien. No le pude mentir y le dije que no tan bien como parece de afuera.

_  Pero te permite pensar en ir de vacaciones a Perú –me dijo.

_  Sí, bueno, vengo ahorrando hace mucho –le respondí. Y vos, ¿adónde te vas de vacaciones?

_  No sé, me encantaría irme a Machu Pichu también.

Su respuesta me hizo entrar en calor, sobre todo su mirada cómplice. Por dentro me puse nervioso y por fuera intenté sonreír. No se de dónde tomé fuerzas y le pregunté qué horario cumplía en el taxi. Ante su respuesta de que este era el último viaje no supe que más decir. Ella no dejaba de mirarme y de sonreír por el espejo retrovisor. El instinto de supervivencia al que estamos acostumbrados por vivir en una ciudad tan grande me hizo pensar en la posibilidad remota de que me quisiera llevar a algún lugar y robarme con ayuda de otra persona; pero parecía una chica sensible.

La sensación de que el viaje entraba en su recta final se concretó al ver el cartel que indicaba que estábamos atravesando la Av. Pueyrredón. Recordé a Myriam, en lo mal que estamos hace varios meses y en todas las oportunidades en que pensé en cortar con ella,  cuando sorpresivamente el taxi bajó su velocidad y frenó sobre la mano derecha, al mismo tiempo que la taxista giró y me clavó sus ojos en los míos.

_  ¿Tenés que ir a trabajar sí o sí hoy? –me preguntó.

Definitivamente no podía creer lo que estaba pasando, no estoy acostumbrado a que las mujeres se me tiren a los pies, toda mi vida fue al revés. Pero estaba ahí, de fondo se escuchaba el sonido de las balizas del auto que estaba parado en plena avenida y la muñequita del espejo estaba más descontrolada que nunca.

_  Porque ayer me compré una tostadora eléctrica y todavía no pude estrenarla. No vivo muy lejos de acá -agregó.

Mi estómago pedía a gritos terminar con esto cuando, de pronto, mi mano derecha abrió la puerta y sin decir nada me encontraba parado afuera del auto, sobre la calle, respirando el humo que dejaba un colectivo que aceleraba fuerte para esquivar el taxi mal estacionado. Cuando me quise dar cuenta mi mano izquierda se movía sola y abría la puerta de adelante, a lo que mi cuerpo respondió ingresando al auto. Al sentarme y ver que ella sonreía mas que nunca sentí alivio. La excitación era muy fuerte. Ya no era un pasajero, sino su acompañante.