2×06 – EL EXTRANJERO
De las personas que me vieron caminar por las calles de Buenos Aires aquel día, si fueran consultadas, muchas podrían asegurar que era extranjero, por el modo en que miraba hacia todos y ningún lugar, por mis gestos de asombro y hasta por la marcha pausada que llevaba. Otro tanto, con menos observación que morbo, hablarían de la falta de algunos jugadores o que recientemente me habría escapado del loquero.
Por mi parte, me sentía desterrado, un inmigrante en mi propio país, del que apenas recordaba su nombre más no el motivo del mismo. Mi caminata no tenía un destino cierto, solo recorrer la ciudad y sus recovecos, buscar detalles, comparar, buscar cambios o similitudes con lo que alguna vez fue la ciudad que conocí.
Me encontré con algunos semáforos nuevos, algunos que todavía seguían sin funcionar, luces prendidas en plena luz del día, perros paseados por sus paseadores. Comencé un juego interno: mirar cada pareja que se cruzaba en mi camino y definir la profesión de cada uno de ellos, cómo se conocieron, horas o días que pasaron desde su última relación sexual, qué libro tenían en su mesita de luz. Los resultados eran sorprendentes.
Luego, mi entretenimiento fue llevar la contabilidad de los sonidos de pájaros que escuchaba, llegué a contar 812, fue ahí cuando la confusión absorbió mis oídos, ya que no estaba seguro si lo que escuchaba era un pájaro o qué. Tuve que buscar su origen, a varios metros de distancia. La luz del sol reflejaba la espera de algo revelador que cambie para siempre aquel recorrido vespertino y dominical en que se había transformado mi caminar.
De pronto ocurrió lo inesperado, mis tímpanos que anteriormente eran rellenados por sonidos de aves fueron invadidos por una dulce risa, proveniente de una hermosa boca y más bello rostro aún, que sostenido por un largo cuello y recubierto por una piel bronceada por un sol caribeño, y que a su vez ayudada por un generoso escote exponían unos pequeños pero balanceados frutos tropicales, que acompañados por lo mucho que dejaba apreciar una pollera-pantalón algo ajustada, conformaban una admirable vista, impensada hasta aquel entonces.
Mis recuerdos hasta ahí llegan. El tiempo se frenó al ver aquel hermoso ejemplar femenino, que entretenida por su conversación telefónica, no dejaba de balancear su cuerpo de una manera singular, cuyo único objetivo parecía ser la provocación de una irremediable erección cuyo previsible final tuvo lugar una vez llegado a mi departamento, cuando recuperé el conocimiento.
Aquel día era la primera vez que salía a la calle sin muletas ni bastón, trasladándome como alguna vez supe: con las dos piernas.