AUNQUE DUELA DECIRLO

Mientras miraba la jura de diputados que se realizó en el Congreso de la Nación, y escuchaba a Pinky que nombraba uno por uno a los nuevos diputados para que pasen al frente y hagan la jura, recordé lo mal que me ponía cuando tomaban lista en la escuela. Odiaba ese momento porque algunos compañeros de curso se reían cuando la profesora pronunciaba mi nombre. Ella decía Hortensio… y ya se escuchaba la primera risotada. Para cuando completaba con el apellido: Ramos, ya no era uno sino varios a los que se los escuchaba reír.

Me ponía muy incómodo, era muy infeliz durante los primeros años de clases, sobre todo en primer y segundo grado de la Primaria, me iba corriendo al baño. Con los años comprendí que era mejor no estar presente en el momento de la H y aparecer un poco mas tarde, la maestra ya sabía de mi presencia y no me ponía la falta. Los verdaderos problemas se produjeron en el secundario, porque al ser uno de los más grandotes físicamente del curso me sentía con la capacidad de poder golpear a quien yo quisiera, y eso me hizo enfrentar a casi todos los varones. En realidad, si no me molestaban con mi nombre no había conflicto, el tema era cuando lo hacía. La bronca se convertía en furia y me hacía cometer actos de los que no me creía capaz. Una vez, tomé un compás, cerré los ojos y se lo lancé con toda mi fuerza a la cabeza de Omar, uno de los más jodones del curso. Por suerte le erré, sino estaría preso todavía.

Además había otro tema, cuando bromeaban con mi nombre, Florencia miraba de reojo desde su asiento, nadie se daba cuenta pero yo sí, porque me gustaba. Igualmente creo que ella, la mayoría de las veces, me miraba porque sabía que si yo no reaccionaba era muy posible que terminemos haciendo la fotosíntesis en el patio a la hora del recreo. Pero yo no la miraba por eso. Ella era mi cable a tierra, como me está pasando ahora mientras escribo estas líneas, me voy del tema para contar acerca de ella.

Volviendo y para terminar, mañana tengo médico, los médicos llaman por el nombre cuando me llega el turno. Aunque duela decirlo, mañana sé que voy a pasar vergüenza por mi nombre; y no voy a poder pegarle a nadie.

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